Al final, el terapeuta está solo. Más allá de los títulos y máster, más allá de la creencia de que uno se conoce, de que uno sabe sí ¿quién soy yo cuando trabajo?, ¿quién trabaja en mí cuando estoy en el despacho?
En realidad poco sabemos de nosotros en esa soledad del encuentro con el otro; apenas hay nada escrito sobre cómo el ser de uno responde al ser del otro cuando este por un lado, pide ayuda, y por otro te machaca. ¿Qué sabemos, en realidad, de nosotros? En el encuentro, con cada persona es diferente, y lo difícil es saber asumir que el otro necesita que le acompañes un tramo del camino, y que sufre por ser como es; sufre y se pone en riesgo; en fin: el sufrimiento humano en sus caras más complejas.
El paciente quiere curarse, pero va a tener que inventar las gratificaciones que reporta el síntoma. Podemos pensarlo, a bote pronto, como eso que se llama coloquialmente zona de confort. El síntoma o sufrimiento genera también una zona de familiar, de comodidad, y esto no va a ser fácil cederlo.
Para continuar leyendo este artículo, pertenece a la publicación de este 2015 de la revista AETG, autora Carmen Gáscon (pág. 9-14)
!Espero que os guste!
Irene Poza
Irene Poza
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